“En Babilonia se estaba alzando aquella torre que era un pecado de arrogancia humana. Y el rayo de la ira no demoró. Dios condenó a los constructores a hablar lenguas diferentes, para que nunca más pudiera nadie entenderse con nadie, y la torre quedó para siempre a medio hacer. Según los antiguos hebreos, la diversidad de las lenguas humanas fue un castigo divino. Pero quizá, queriendo castigarnos, Dios nos hizo el favor de salvarnos del aburrimiento de la lengua única” Eduardo Galeano (Espejos).
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