Con un día de retraso podemos coger el autobús a Santiago de Chile, vía Calama y Antofagasta.

Recorremos un paisaje sin rastro vegetal, sobrecogedor en su desolación, y llegamos al caserío de Antofagasta, acurrucado en una ladera frente al Pacífico. Se presenta como el único refugio, áspero y desapacible, del hombre en este desierto.

Viajamos centenares de kilómetros hacia el Sur sin encontrar un árbol, un matorral, una brizna de hierba...


Hasta que el sol deja paso a una inconfundible Cruz del Sur hacia la que nos dirigimos...
Martxoak 2
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